• Regina y Mari Ángeles Cruzado llenan de flamenco el santuario de El Conquero
Regina, en plena interpretación junto a Mari Ángeles Cruzado y Antonio Dovao.
Regina, en plena interpretación junto a Mari Ángeles Cruzado y Antonio Dovao.

Regina, en plena interpretación junto a Mari Ángeles Cruzado y Antonio Dovao. JOSUÉ CORREA

Onubensismo, devoción, historia y flamenco. Una amalgama que encontró ayer su expresión en el patio del santuario de La Cinta. Con las actuaciones de las cantaoras Regina y Mari Ángeles Cruzado y la guitarra de Antonio Dovao, la Hermandad de la Cinta celebró la víspera de la clausura del Jubileo Cintero que tendrá lugar esta tarde en aquel mismo lugar.

Los cantes de ida y vuelta y, cómo no, los fandangos resonaron en la tarde-noche del viernes. Todo ello no hizo otra cosa que rememorar el carácter colombino de la Patrona de los onubenses y del enclave en sí mismo. Este septiembre supone toda una configuración de efemérides que no ha pasado desapercibida para la Hermandad de la Cinta. Dos de ellas son el 25º aniversario de la coronación canónica de la Virgen Chiquita, y otra, los 525 años del Encuentro entre Dos Mundos.

El orador del acto, el periodista de Huelva Información y miembro de la gestora de la hermandad cintera, Eduardo Sugrañes, explicó en referencia al santuario del Conquero, que «este lugar no es sólo casa de Huelva sino santuario de la Hispanidad, donde su gente, sus hermanos cinteros han unido en la historia la devoción a la Virgen de la Cinta a su fe americanista». De este modo, invocó la partida de las carabelas. Junto a sus tripulantes, «nuestros marineros se llevaron estos cantes en la partida a los que acompañaron otros mezclándose más tarde con las músicas folclóricas hispanoamericanas que en un inevitable fenómeno de aflamencamiento, llegaron a convertirse en cantes flamencos. Cantes no ciertamente jondos, pero sí ricos en melismas traducidos en un felicísimo mestizaje».

Como no podía ser de otra manera, Sugrañes se refirió a los hechos que llevaron al almirante Cristóbal Colón a postrarse ante María Santísima de la Cinta tras su accidentado regreso de las tierras recientemente descubiertas: «Cuesta arriba entre los cañaverales, derramando el agua que es vida para todo un pueblo desde el acueducto romano; aquí la Virgen de la Cinta hasta donde acude Colón. Repicarían las campanas a gloria y el almirante hincado de hinojos aquí mismo, donde estamos ahora».

Las palabras del orador fueron intercaladas por las interpretaciones de las cantaoras, que marcaron una velada que ya ha quedado inscrita en la dilatada historia de la devoción cintera que tanta proyección posee incluso al otro lado del Atlántico.

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